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Había un comerciante pobre que negociaba con hierros. Un día en que debía
emprender un largo viaje, dejó a guardar sus mercaderías en casa de un
comerciante rico. Al volver del viaje fue a retirar sus mercaderías y el comerciante
rico le dijo:
- Tus mercaderías se han malogrado. Nada tengo que entregarte.
- ¡cómo! se sorprendió el otro
- Si, las dejé en el desván y los ratones han roído todo el hierro. Si no quieres
creerme puedes subir tú mismo a verlo.
El comerciante pobre no discutió y dijo sencillamente:
- Puesto que tú lo afirmas, es suficiente. No hace falta ir a mirar. Desde hoy
ya sé que los ratones comen hierro. Adiós.
Y se fue.
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